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Entrevista a mí mismo

Performance textual realizado el 22 de junio de 2024 en el Centro Cultural Benjamín Carrión Bellavista, Quito

 

Y ahora empezaré este diálogo, las primeras preguntas quisiera hacerlas yo mismo y luego sean libres de entablar un diálogo con el autor sobre lo que ustedes deseen.

 

Primo Levi hizo todo un libro entrevistándose a sí mismo, muchos autores lo han hecho, quizá no por vanidad, ni por miedo a enfrentarse a las preguntas de otros, sino para intentar entenderse a sí mismos, entender el quehacer cotidiano que nos avoca a esta milenaria actividad que llamamos arte y que, aunque está en todas las instancias de la vida, sigue siendo un misterio, es entonces cuando las preguntas se vuelven respuestas y las respuestas preguntas, por ello me atrevo a preguntarte si en realidad es el arte un misterio o queremos creer que lo es.

 

La pregunta no tiene respuesta, creo que es un misterio en la medida en que lo asumimos como tal, un misterio es aquello que no entendemos o comprendemos poco, de allí la magia del arte que se configura ante una persona como algo inasible o que quebranta sus parámetros establecidos. Por ejemplo a mí me gustan todos los géneros musicales: rock, barroco, clásica, contemporánea, popular; pero el jazz, especialmente el free jazz y el post-bop, me parecen incomprensibles, y justamente es por eso que los escucho con atención, llevo años tratando de entenderlos y te confieso que no puedo, pero eso no quiere decir que no me deslumbre su belleza, es justamente su misterio lo que me atrapa, como lo son algunas obras literarias, plásticas, teatrales.

 

Entonces, bajo esa lógica, cuando una persona se enfrenta a una obra de arte, ¿tratará de comprenderla, traducirla a sus parámetros, encontrar referencias con su sino vital?

 

Exactamente, creo que cuando uno se enfrenta a una obra se produce un mecanismo de traducción, Cristina Burneo decía que la traducción es siempre una recreación del texto original, un ejercicio subjetivo (El sueño de Pierre Menard, Burneo, 2001), entonces son las personas, en su relación con la obra, quienes le adjudican distintos significados, pues cada una aporta su bagaje intelectual a la misma produciéndose una suerte de simbiosis momentánea de la cual nace algo nuevo, y esto varía de acuerdo a nuestra edad, nuestro estado de ánimo, el momento histórico, etcétera, un cuadro que lo vimos en nuestra juventud no será igual en nuestra tercera edad. El escritor norteamericano Peter «Stoney» Emshwiller, por ejemplo, se hizo una serie de preguntas en 1977 cuando tenía 18 años, se grabó a sí mismo y decidió responderse 38 años después. Evidentemente, en este ejercicio conceptual, el hombre de 56 años es una persona distinta del que hizo las preguntas, así mismo la obra de arte será un ente distinto dependiendo de quien se acerque a ella o del momento histórico, pero con la misma lógica la obra de arte también influirá, como un organismo vivo, en el tiempo sociohistórico, cambiando los parámetros de apreciación del arte.

 

«La metáfora nos mira, entonces, nos transformamos», dice también Cristina Burneo en su ensayo sobre Jorge Aguilar Mora («Demonio o ninfa», Burneo, 2022), y hace alusión a los centauros donde se une lo opuesto, se crean monstruos, «modelos de transformación» [Burneo se refiere a El coloquio de los centauros de Rubén Darío que analiza Aguilar Mora]. En palabras de Mónica Ojeda, refiriéndose a la literatura: «Un monstruo fascina porque encarna el margen: porque disloca, tuerce.» («Ideas sobre la escritura como monstruo», Ojeda, 2024) Es inevitable preguntar: ¿De dónde vienen tus monstruos?

 

De todas partes, surgen de la experiencia, de los afectos, de los desencuentros, de una personalidad neurótica que encuentra su desfogue en el arte porque de lo contario se manifestaría en comportamientos antisociales, es una creación sin tregua donde bullen miles de ideas pero la mayoría se apagan sin dejar rastro, solo unas pocas germinan y se materializan. Una de las mayores actividades que tengo en la vida es leer, los libros han estado presentes desde que tengo memoria, no en balde mi padre es escritor y el ejercicio de la palabra como arte ha estado presente desde siempre, vivo señalando párrafos de lo que leo, el escritor Salvador Izquierdo dice: «Poner un epígrafe es señal de que necesitas algo» (¿Cómo estás?, Izquierdo, 2020), y es verdad, necesito nutrirme de algo más que el dibujo para que puedan emerger los «monstruos», pero esto sucede porque el arte visual es un lenguaje distinto e inevitablemente vivimos tratando de traducir en palabras estos lenguajes. El epígrafe que he elegido flota sobre el dibujo como un ave rapaz, pero el dibujo es una tortuga con un caparazón casi indestructible, dibujo y entro en una especie de trance, a veces ni siquiera sé lo que estoy haciendo, al final el ave rapaz, el epígrafe, se precipita sobre su víctima, en ese momento, como bien ha observado la artista Natalia Espinosa sobre mi obra, los dibujos se perciben reconocibles, los «dibujos adquieren peculiares significados gracias al texto, el cual da matices locales al conjunto, sin por ello perder su universalidad comunicativa.» afirma también Omar Puebla sobre la muestra que se presenta en esta sala.

 

Entonces ese monstruo que surge, mitad depredador, mitad víctima, es la comunión de dos lenguajes opuestos que así se vuelven complementarios.

 

Efectivamente, pero es un equilibrio frágil que puede romperse en cualquier momento porque, como deduce Natalia, la persona que entra en contacto con la obra inevitablemente criticará el texto o la imagen, y posiblemente la interprete a su manera, el monstruo se enfrentará a una nueva recreación y es posible que no sobreviva.

 

Bueno, hasta aquí llega esta conversación libre del autor con el autor, ahora le toca enfrentar a las demás personas que hoy han venido, suerte y espero sobrevivas.

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