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Ernesto Proaño traduce la obra
literaria de su padre en
collages
Fausto Rivera

El barrio San Marcos, en el Centro Histórico de Quito, es la morada de varios talleres de artistas ecuatorianos. En una casa naranja esquinera ubicada en la calle Junín, está el estudio de Ernesto Proaño Vinueza (Quito, 1971), quien desde 2012 trabaja allí y donde actualmente expone su más reciente producción, basada en la última obra de su padre, el escritor Francisco Proaño Arandi.

 

En las dos primeras salas del taller hay más de una decena de cuadros en pequeño formato, que son reflexiones traducidas en collages —con mixtura de diversas técnicas— de los cuentos de su padre y, también, son una suerte de homenaje a autores y libros que han marcado la vida de Ernesto, como Jorge Luis Borges o el relato de una bruja antropófaga que le contaron al artista quiteño cuando era niño y vivía en Moscú.

 

Ernesto Proaño proviene de una familia de escritores —también es sobrino del recientemente fallecido poeta Humberto Vinueza— y de diplomáticos, por lo que su vida, hasta los 19 años, fue un transitar entre mares y vientos. Las piezas de su última exposición están basadas mayormente en un libro de cuentos de su padre, Elementos dispares, y cada obra lleva el título de cada relato. «Estos cuentos de ficción son reflexiones sobre el poder, sobre Quito. La obra de mi padre se centra en la ciudad, aun cuando ha viajado mucho. Su trabajo refleja las casas, la gente, la cultura de la capital», dice Ernesto, mientras recorre la muestra y bebe café. Tinta china, pintura y marcadores son los principales materiales que usa el artista para armar sus collages interpretativos.

 

El tono que más resalta de estas piezas es el negro, pues las obras nacen de la noche, de los sueños o de lo que queda en el inconsciente. Quería reflejar algo que venga de lo oscuro, como si emulara una fotografía de la mente. Otros de los libros de su padre que sirvieron de fuente para el trabajo visual y plástico de Ernesto, fueron Tratado del amor clandestino, y su primer cuentario, Historias de disecadores, publicado en 1972. Uno de los cuadros expuestos en esta última serie es un retrato de su tío Humberto Vinueza, basado en una fotografía de cuando el poeta residía en [la ex Unión soviética]. […]

La razón por la que sus últimas obras son en pequeño formato se debe a que el artista ha querido jugar con el tamaño regular de las fotografías y porque tiene una afección física —una artrosis cervical— que le impide trabajar en formatos grandes. En los últimos años, Ernesto ha diseñado libros y revistas vinculadas al arte como Letras de Ecuador, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, cuyo diseño recupera la idea original del exeditor Alejandro Carrión.

 

«Los artistas deben escindirse un poco de los referentes plásticos y visuales para buscar sus raíces en otras vertientes artísticas, como en la literatura, la danza o el teatro. Así logras crear una narrativa propia, que es lo que planteo». En el resto de cuartos del taller se observan los trabajos anteriores del artista, quien ha expuesto su obra visual en Japón, Cuba, Malasia, Costa Rica, Honduras, Panamá, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Estados Unidos. Desde 2002, luego de promover el evento No-Salón, un espacio crítico del Salón Mariano Aguilera, se involucró con proyectos de  colectivos de artistas independientes como La Corporación y Tranvía Cero. También fue parte del colectivo Ojo Mecánico y firmante del movimiento Inhabitants de Denver.

Distanciado de las instituciones formales del arte, la propuesta de Ernesto —que va desde las artes visuales al performance— ha sido expuesta en lugares no convencionales, como cuando presentó una muestra de su obra digital en el Centro  Comercial Chiriaku, donde era el antiguo camal. En el sitio también se aprecian cuadros de gran formato saturados de colores vivos, acaso barrocos. En los últimos espacios del taller están dos muestras de sus instalaciones. Se observan colgados de un hilo unos pollitos amarillos vistiendo la bandera de Ecuador y está la  muestra Ecuador for export, presentada en la Bienal de Cuenca de 2013.

 

En la obra Configuraciones (antología crítica), el artista cuestiona mediante testimonios a los curadores. «Nunca me ha gustado esa figura, es como un exceso de poder frente al arte. El curador debe ser parte de un museo, pero no quien decide por el artista». (El Telégrafo, 14 de agosto de 2017, fragmento)

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